lunes, 28 de mayo de 2012

LASA: de los cinco a los once

LASA, Mariela Castro

LASA: de los cinco a los once

Si para los gobiernos de la región LASA es solo un referente, para el
cubano es objeto de atención política

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 28/05/2012 10:18 am

Los congresos de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) son
acontecimientos académicos. En sus ajetreados días de muchas sesiones,
centenares de intelectuales del hemisferio tienen la oportunidad de
discutir tópicos relevantes de la realidad latinoamericana, encontrarse,
intercambiar ideas y hacer amistades que pueden fructificar en acuerdos
más sostenidos de trabajo, ayudando a tender puentes entre las dos
Américas. Por todo esto LASA es muy importante y es conveniente que
continúe su desarrollo como espacio plural del pensamiento social.

También lo es para la academia cubana, muchos de cuyos miembros han
transitado por estos congresos. Y es conveniente que lo siga siendo.
Solo que para LASA, Cuba no es solamente un país cuyos académicos
concurren a la cita, sino una suerte de test case político. En la misma
medida en que el gobierno de Estados Unidos ha colocado restricciones a
estos intercambios con Cuba, los directivos de LASA –regularmente
provenientes de círculos políticos liberales— se esfuerzan por lograr la
participación cubana, incluso al precio de sacar los congresos de
territorio americano, como sucedió durante el Gobierno de George W. Bush.

Aunque existen financiamientos para todos los participantes, los cubanos
gozan de apoyos particulares de diferentes agencias, privilegio al que
el resto de los latinoamericanos no acceden, todo lo cual genera
sobre-representación de insulares en los cónclaves. En este último
congreso, por ejemplo, había cerca de 60 cubanos, pero un solo
dominicano residente en la media isla, que era yo. Es decir, un medio
dominicano.

Y como el Gobierno cubano conoce esto, explota esta suerte de manto
penitente que se han echado encima los liberales para convertir a LASA
en un campo de confrontación política, arrogándose el derecho a escoger
quién va (o mejor dicho, quién no va), promover proclamas y hacer
propaganda y amenazar con el boicot cuando sus demandas no son
satisfechas. Y para ello organiza sesiones de entrenamiento de los
participantes seleccionados (o no objetados), incluye funcionarios
encargados del control y se acuerdan acciones allí donde se percibe
alguna sensibilidad política especial. De manera que si para los
gobiernos de la región LASA es solo un referente, para el cubano es
objeto de atención política. Y es por eso que la gente de todos los
países van individualmente, pero los cubanos van como delegación
oficial, con jefe y todo.

Pero a esto ya todo el mundo se ha acostumbrado: los cubanos que tienen
que funcionar de esta manera tan engorrosa en un evento académico, los
cubanólogos expuestos a las embestidas de los condotieros ideológicos y
finalmente la mayoría de los concurrentes que tienen sus intereses en
otros lugares, y para los cuales Cuba es realmente lo que es: una isla
en el Caribe, con una economía crujiente, un presidente de ochenta años
y una música excelente.

En este congreso, sin embargo, han ocurrido dos novedades íntimamente
conectadas.

Una fue la integración a la delegación cubana de Mariela Castro. Es
usual que el Gobierno cubano inserte en sus delegaciones a altas figuras
del sistema. Ricardo Alarcón, por ejemplo, se ha ganado varios viajes en
esta modalidad. Y ahora Mariela Castro, quien no tuvo una participación
particularmente destacada en el evento. Solo fue parte de una sesión con
poca asistencia, casi todos cubanos.

Pero sí fuera del evento, donde en diversas actividades coordinadas por
el Gobierno cubano y grupos afines, fue moviéndose con la torpeza de un
elefante. En un lugar declaró públicamente sus simpatías políticas por
Obama, lo que ciertamente sonó a música celestial en los cuarteles
republicanos. Como si la hubieran instruido para hacerle campaña a
Romney. En otro se negó hoscamente a hablar con la prensa. Y en otra se
descompuso emocionalmente cuando alguien le mencionó a Yoani Sánchez.

Pero realmente, repito, fue un paseo poco relevante, casi invisible. Su
importancia para LASA fue, más que la visita en sí, lo que se derivó de
ella: la negativa de visa para 11 académicos cubanos.

Once intelectuales cubanos no recibieron visas para asistir a LASA. Y
cualesquiera que sean las diferencias políticas que se puedan mantener
con ellos, nadie puede dudar que son intelectuales. Algunos tan
seriamente intelectuales que son figuras tops en sus campos, como sucede
con Oscar Zanetti, posiblemente el mejor exponente de la historiografía
contemporánea en la Isla. Por tanto, la única explicación a este
resultado es que el Gobierno de Obama cometió el error de balancear el
otorgamiento de una visa a una funcionaria ilustrada con la negativa a
una decena de académicos.

La reacción en LASA no se hizo esperar, y la diligente sección Cuba no
tardó en preparar y publicar una protesta en busca de firmas contra la
decisión del Gobierno norteamericano, aduciendo la necesidad de respetar
la libertad académica y la viabilidad de los intercambios de la misma
naturaleza. Y francamente creo que los académicos norteamericanos tienen
el derecho, y el deber, de exigir a su gobierno un mayor respeto a los
intercambios académicos y al debate teórico. Y al hacerlo están
defendiendo las libertades civiles y políticas en su país.

Solo que me parece que, en cuanto organización, LASA debería adoptar una
posición más activa en defensa de los derechos de los intelectuales
cubanos a participar, sobre todo cuando ella implica la defensa de la
calidad del espacio de debate pluralista y equitativo a que aspira y que
en buena medida ha logrado forjar. Pues en la historia reciente de LASA
existe una cadena de arbitrariedades del Gobierno de la Habana,
bloqueando la participación de sus ciudadanos. Ello ha sido patente, en
casos como los de Espinosa Chepe y Yoani Sánchez, entre otros. Y aunque
es cierto que la directiva de LASA debe ser cuidadosa cuando se trata de
interferir en las decisiones de un gobierno, una sugerencia pública
sería conveniente, sencillamente para que la academia latinoamericanista
tenga la oportunidad de conocer que opina Chepe de la "actualización"
raulista. O Yoani de las redes sociales.

La situación de mis compatriotas insulares es aún más delicada. Creo que
es un dislate ético-político que los miembros cubanos de LASA sean
invitados a firmar —y finalmente firmen— una carta al Gobierno
norteamericano pidiendo justicia para los 11 (en alusión al número de
visas denegadas). Y lo es porque esta acción negativa del Gobierno
norteamericano es apenas una gota de agua en el océano de las
violaciones de todo género que en este campo comete el Gobierno cubano,
el que efectivamente es su gobierno. Y que no comete contra extranjeros
sino contra sus ciudadanos como Espinosa Chepe y Yoani Sánchez.

Debo confesar que la sección Cuba de LASA —con sus casi tres centenares
de miembros— está funcionando en este sentido como una caja de
resonancia del departamento ideológico del PCC, y ha venido acumulando
un récord poco honorable. Por ejemplo, hace unos dos años la sección
Cuba de LASA circuló un documento convocando al Gobierno norteamericano
a permitir los viajes de sus ciudadanos a Cuba, sin que en ningún lugar
se invitara al Gobierno cubano a reconsiderar su arcaica y represiva
normativa migratoria. Un caso de hemiplejía moral descomunal, si
observamos las diferencias que subyacen entre ambos casos en beneficio
de la parte americana. En ese mismo año el jefe de la sección, un
cubano-americano, asistió en nombre de LASA a la llamada conferencia de
la nación con la emigración, legitimando así un acto discriminatorio y
excluyente en nombre del "dialogo flexible", el "apoyo crítico", la
"transición ordenada" y otras muchas zarandajas ideológicas que
justifican estas acciones unilaterales altamente rentables para el
Gobierno cubano sin inducir cambio alguno.

Ahora la sección cubana de LASA vuelve a sus indelicadezas, y lo hace
obligando a los académicos cubanos a firmar una resolución ultrajante,
incapacitados como están ya no para solicitar algo similar a su
Gobierno, sino incluso para negarse a firmar, si acaso quisieran
conservar sus trabajos y las oportunidades profesionales que LASA les
ofrece.

Yo, aunque soy miembro de LASA, renuncié a la sesión Cuba hace algunos
años en protesta por los mencionados devaneos progubernamentales de su
directiva de entonces, y harto de los performances consentidos de
algunos intelectuales cubanos en esos corrillos.

No estuve en la reunión que celebraron en San Francisco. Pero me cuentan
algunos presentes que tras aprobar una resolución pidiendo la libertad
de los cinco héroes/espías, pasaron a discutir el caso de los once. Muy
pocas personas objetaron de alguna manera esta triste iniciativa, y como
decía Carlos Lage acerca de los niños pobres, ninguno era cubano. Me
hablaron de un agudo profesor norteamericano, Ted Henken, que habló
suavemente y con mucho tacto, acerca de la parcialidad de LASA en estos
temas, pero solo logró ganarse las ripostas agresivas de algunos duros.
Uno de ellos —Miguel Barnet— simplemente remarcó que nadie puede clamar
por el derecho de Yoani Sánchez a viajar a LASA porque los mercenarios,
dijo, no tienen derecho a atender LASA. Es decir que Barnet se asume con
derecho a decidir quien va a LASA. Y de paso, quién es o no mercenario,
tema este último en que habría que reconocerle un notable expertise
derivado de sus múltiples experiencias profesionales, pero no autoridad
para clasificar a terceros.

Creo que LASA debe comenzar a evaluar su relación con Cuba. No se trata
de producir una ruptura, ni de sumarse al carro desvencijado de bloqueos
y embargos. Pero LASA debe recordar que Cuba no es su Gobierno, sino su
sociedad. No es solamente la Isla, sino una totalidad transnacional que
incluye a su migración. Y LASA, no lo olvidemos, ha proclamado como
misión fomentar el debate intelectual, "e incentivar el compromiso
cívico a través de la construcción de redes y del debate público". Y
esto no se hace solo con una parte de la compleja realidad cubana. No se
puede hacer, ni es sostenible éticamente, apuntalando los mecanismos de
exclusión que impone el Gobierno cubano.

No creo que los viejos enfoques condescendientes estén ayudando ni a
LASA ni a la sociedad y la intelectualidad cubanas. Es como la historia
del camino empedrado de excelentes intenciones. Luce bien, pero nos
lleva directo a la caldera.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/lasa-de-los-cinco-a-los-once-277112

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