domingo, 6 de mayo de 2012

Monseñor Román, el exilio cubano y la reconciliación

Publicado el 05-05-2012

Monseñor Román, el exilio cubano y la reconciliación
Por Julio Estorino

Las desafortunadas declaraciones del Cardenal Arzobispo de La Habana,
Monseñor Jaime Ortega, al final de una charla por él pronunciada ante un
foro de la Universidad de Harvard, y en las cuales expresó peyorativas
opiniones sobre los opositores cubanos que ocuparon la iglesia de La
Caridad en la capital cubana unos días antes de la reciente visita a la
isla del Papa Benedicto XVI; así como sobre los exiliados cubanos de
Miami y, entre ellos, como de soslayo, el recientemente fallecido Obispo
Auxiliar Emérito Monseñor Agustín Román, han sido justamente rechazadas
por la casi totalidad de las organizaciones de la oposición, tanto de
dentro como de fuera de Cuba; por la generalidad de los cubanos
desterrados en distintos países y, de manera notable, por el dolor y la
indignación que esas declaraciones provocan, por un crecido y creciente
número de católicos cubanos.

Quiero añadir algunas consideraciones a todo lo dicho sobre esto, porque
fui un beneficiario directo de la entereza cristiana, de la calidad
humana, del celo pastoral y de la integridad patriótica de Mons. Agustín
Román y no pudiera estar tranquilo si la memoria de ese humilde gigante
con que Dios bendijo a la nación cubana de las dos orillas quedara en
entredicho, gracias a las, no por disimuladas menos inmerecidas,
críticas de alguien superior a él en jerarquía eclesiástica. En
jerarquía eclesiástica solamente.

Otros han analizado en abundancia y profundidad las referencias del
Cardenal a los opositores, y ahí hay poco que agregar. En cuanto al
exilio de Miami y a Monseñor Román, el Cardenal contó que cuando él,
Ortega, visitó Miami en 1995, el obispo Román le aconsejó no mencionar
aquí la palabra reconciliación. Y se lamentaba el Sr. Cardenal: "...es
terrible que un obispo, que nosotros, tengamos que callar esa palabra
que es nuestra, propia del cristianismo". Seguidamente, Ortega manifestó
su disposición de someterse al "martirio", en referencia aparente a las
críticas que recibe, con tal de "llevar adelante esa reconciliación
entre cubanos".

De estas manifestaciones del Sr. Cardenal pudieran colegirse varias
conclusiones, ninguna de ellas buena para Monseñor –así, como le
llamábamos todos- ni para los cubanos exiliados en Miami. O bien Román
era un cristiano de cuestionable fidelidad al Evangelio, si es que
rechazaba de por si algo tan inherente a la prédica de Jesús como lo es
la reconciliación, o se trataba de un pastor pusilánime que cedía ante
la presión de una feligresía –los exiliados- alejada de la esencia del
cristianismo. En cuanto a nosotros, los exiliados como tales, bueno,
pues, nada menos que una ratificación cardenalicia del gastado, pero aún
efectivo estereotipo de "la mafia de Miami": una turba rabiosa,
odiadora, rencorosa y vociferante, en nada acorde con los postulados de
la Iglesia.

Monseñor Román fue todo lo contrario a lo que se desprende de lo dicho
por el Cardenal Ortega. De joven, este sacerdote no cesó de proclamar el
Evangelio en una Cuba que se hacía cada día más hostil a la prédica
cristiana, a tal punto que sufrió hostigamiento y arrestos hasta ser
finalmente expulsado del país a punta de metralleta. En su edad madura,
ya obispo, resistió sin claudicar las enormes presiones del gobierno de
Estados Unidos para que convenciera a los amotinados prisioneros del
Mariel de dejar su protesta a cambio de vagas promesas. No lo hizo hasta
que hubo un compromiso firme de hacerles justicia, que llegaría más
tarde hasta la Corte Suprema del país y le anotaría una victoria de
magnitud histórica.

Resistió igualmente la incomprensión de no pocos por acá en el curso de
aquella lucha por la justicia, así como las críticas soeces de algunos
–poco, pero poderosos- cuando dio su apoyo al envío de ayuda de parte
del exilio a los damnificados del huracán Lily en Cuba. En 1989, en un
paso atrevidísimo para un eclesiástico, firmó, junto a sus hermanos
obispos exiliados Enrique San Pedro y Eduardo Boza Masvidal, una carta
pública refutando lastimosas alabanzas que el entonces arzobispo de Sao
Paulo, el cardenal Paulo Evaristo Arns, había dirigido a Fidel Castro
con motivo del trigésimo aniversario del triunfo de su revolución.
Anciano ya, resistió todos los intentos, que no fueron pocos, ni suaves
todos, de que se subiera al tren del apaciguamiento con "los mismos que
me expulsaron de allá, que no han cambiado" –decía él.

En lo personal, su magnanimidad fue antológica. Bendecía, ayudaba
espiritual y económicamente, consolaba y hacía gestiones de todo tipo
por todo el que tocaba a su puerta y, en el caso de los cubanos, sin
preguntarles nunca por su militancia política o religiosa, sin mencionar
el pasado, sin llevar jamás "las cuentas del mal".

Lo que pasa es que a él no se le confundía fácilmente con manipulaciones
del diccionario. Predicó incesantemente contra el mal uso de la palabra
amor. Cuando gritábamos ¡libertad!, nos recordaba, citando a Boza
Masvidal, que para ser libres por fuera, tenemos que ser, antes, libres
por dentro. Cuando se hablaba de paz, sobre todo de "paz a cualquier
costo", repetía hasta el cansancio, con Juan XXIII, que la paz, para
serlo realmente, tiene que fundamentarse en la verdad, la libertad, la
justicia y el amor.

Y, ¿qué de la reconciliación?... Hablando en la Peña Valeriana de la
Fundación Padre Félix Varela, si no me equivoco el 19 de diciembre de
2006, Monseñor Román dijo:

"...Cada cubano deberá reconocer la verdad de sus responsabilidades y
errores si queremos entrar con limpieza en la Cuba nueva que anhelamos.
Al mismo tiempo, la patria necesita igualmente del perdón y la
reconciliación para poder tener posibilidades de futuro. Una sociedad
que mantenga sus heridas permanentemente abiertas se condena a la
continuidad de sus conflictos y elimina sus posibilidades de vivir en
paz. Justicia, verdad, perdón y reconciliación no son términos
excluyentes ni contradictorios"... Sustentando su criterio, Monseñor
citaba a continuación: "Nuestro muy recordado Papa Juan Pablo II, decía
al respecto lo siguiente, en su mensaje por la Jornada Mundial de la
Paz, el 1º de enero de 1997: "El perdón, lejos de excluir la búsqueda de
la verdad, la exige. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible,
reparado... Otro presupuesto esencial del perdón y de la reconciliación,
es la justicia, que tiene su fundamento último en la ley de Dios... En
efecto –añadía el Pontífice- el perdón no elimina, ni disminuye la
exigencia de la reparación, que es propia de la justicia, sino que trata
de reintegrar tanto a las personas, como a los grupos, en la sociedad".

Tanto Monseñor Román, como –nada menos- Juan Pablo II, no hacían más que
repetir lo que la propia Iglesia consagra como doctrina. Véase el
"Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia" publicado por el
Vaticano en 2005: "El perdón recíproco no debe anular las exigencias de
la justicia, ni mucho menos impedir el camino que conduce a la verdad:
justicia y verdad representan, en cambio, los requisitos concretos de la
reconciliación" (Nº 518)

Desconozco si el Cardenal Ortega ha explicado alguna vez lo que entraña
la "reconciliación" que él propone a los cubanos, pero, dada su
trayectoria ante la situación de Cuba y sus relaciones con la dictadura,
creo que es fácil darse cuenta de que no es la misma que consagra la
Doctrina Social Católica, la del magisterio de Juan Pablo II y la
prédica de Monseñor Román. De ahí que, conociendo como conocí al santo
cubano de Miami, no me quepan dudas de que cuando aconsejaba al Cardenal
sobre el uso en Miami de la palabra en cuestión, lo que le decía en
realidad era "no hables aquí de la reconciliación que tú propones,
porque esa no es la que la Iglesia predica". Pero, claro, él era
demasiado bueno para decirlo así.

En cuanto al exilio de Miami, baste recordarle al purpurado que es ésta,
fuera de Cuba, la ciudad del mundo donde conviven, civilizadamente y en
paz, más víctimas y antiguos victimarios de la tiranía castrista. Que
son muchos los cubanos que acogen y ayudan hoy en Miami a parientes y
amigos que anteriormente los execraron, y en algunos casos, los
persiguieron en Cuba. Que antiguos responsables de abusos y atropellos
al amparo de la dictadura, tienen hoy, como exiliados, abiertos todos
los foros de opinión. Que vienen aquí de visita y a llenar sus maletas
algunos que antes de tomar el avión andaban acosando disidentes en actos
de repudio, y aquí no pasa nada. Y que grupos de castristas
impenitentes, pequeños pero activos, funcionan aquí mismo en apoyo a la
entelequia que despoja a los cubanos de todos sus derechos. Quien quiera
aprender tolerancia, que venga a Miami, la ciudad donde Monseñor Agustín
Román nos animó siempre a luchar sin descanso por la verdadera
liberación de Cuba y, al mismo tiempo, a rezar por los que la oprimen.

Tal como hoy, Sr. Cardenal, rezamos por Ud.


http://www.diariolasamericas.com/noticia/139724/monsenor-roman-el-exilio-cubano-y-la-reconciliacion

No hay comentarios:

Publicar un comentario