lunes, 14 de mayo de 2012

Plattismo y antiplattismo?

Plattismo, Diáspora, Exilio

¿Plattismo y antiplattismo?

En Cuba la élite política postrevolucionaria siempre ha hecho lo posible
por mantener vivo el conflicto con Estados Unidos, como un recurso
interno de gobernabilidad

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 14/05/2012 9:27 am

El nacionalismo ha sido siempre un componente duro de la cultura
política cubana. Y es lógico que haya sido así, como una típica reacción
de una sociedad pequeña frente a inmensos retos externos. Desde el
colonialismo español (que desplegó en la Isla el ejército colonial más
poderoso de toda su historia) hasta Estados Unidos con cuya vocación
imperialista la Isla siempre ha mantenido una relación de amor y odio. Y
la revolución que llegó al poder en 1959 llevó el asunto a un nivel sin
precedentes, y se vio a sí misma como la depositaria de una
reivindicación patriótica secular.

En los años siguientes, cuando ya no había revolución, el nacionalismo
fue institucionalizado y usado como un recurso ideológico inherente a la
propia gobernabilidad del sistema. Y como todo se hizo con la
inestimable ayuda de la hostilidad de Estados Unidos, toda la
complejidad del asunto fue reducida a un apotegma contra la injerencia
americana: el antiplattismo.

Si algo me han enseñado mis recorridos por los mundos de las ideas es a
huir de los lugares engañosos de los "ismos". Ocultan más de lo que
dicen. Son refugios de inseguridades y amparos para mediocres. Y esto
pasa con el asunto del plattismo y el antiplattismo, dos términos
arcaicos que se remiten a los inicios del siglo pasado, pero que siguen
pesando en nuestro debate como si se tratara de dos verdades absolutas e
irreconciliables.

Por lo general se asume que plattismo es aquella posición política que
acepta que Estados Unidos sea un actor interno legítimo de la política
cubana. Y antiplattismo sería justamente la no aceptación en lo
fundamental de la premisa mencionada. Estos posicionamientos han
existido y siguen existiendo, con mayor o menor intensidad, dentro y
fuera de la Isla. Y si hay en nuestra sociedad transnacional personas
que creen efectivamente en ello, tienen derecho a presentar sus puntos
de vista, con lo mismo que sus antagonistas.

Me temo, sin embargo, que la distinción tiene una utilidad limitada por
varias razones.

La primera habla de intensidades. Aunque pueden existir posiciones
extremas en torno al tema, en la vida real predominan las gradualidades.
Veamos por ejemplo, el caso del embargo/bloqueo. En términos lógico
formales, y atenidos a la definición anterior, quien legitima el bloqueo
adopta una posición plattista, pues asume que a través de él EEUU
realiza una injerencia legítima. Pero en la práctica, las razones por la
que muchas personas apoyan el embargo son muy diversas, y se remiten a
la validez de sus orígenes, o al hecho de que ante la prepotencia
inapelable del estado autoritario cubano, es legítimo usar apoyos
externos como éste. Pero también ocurre lo opuesto: hay personas que
aunque se oponen al bloqueo, han realizado enjundiosos estudios que
muestran los beneficios que han tenido históricamente para Cuba los
contactos con EEUU. Y en esa historia de relaciones desiguales, han
existido muchas desavenencias e injerencias. ¿Qué son estas personas?,
¿son medio plattistas o medio antiplattistas?, ¿qué porcentaje de una u
otra cosa?. Y cuando Carlos Manuel de Céspedes abogaba por una invasión
americana que le quitara de arriba la pesadilla de Valmaseda, ¿era el
Padre de la Patria un plattista precoz?

Y es que el problema principal no está en esa discusión, que los
colaboradores —conscientes o no— del Gobierno cubano levantan como
parteaguas definitorio del pecado y la virtud. No es posible continuar
reduciendo la calidad del nacionalismo cubano al enfrentamiento de su
Gobierno y su élite política al Gobierno de Estados Unidos. No importa
cuán encendidos sean los discursos antiimperialistas, es muy difícil
invocar la legitimidad nacionalista de una élite cuya representación
nacional no está verificada; de un Gobierno que ha secuestrado el
principio clave de la nación: la soberanía popular. El nacionalismo que
invoca el Gobierno cubano en la actualidad es un nacionalismo
autoritario y conservador. Recurriendo a un perfecto oxímoron, se trata
de un nacionalismo antinacional.

La oposición "pura y simple" a la injerencia americana no es per se una
solución para el problema nacional. Y ha ocurrido, y sigue ocurriendo,
que desde importantes parcelas del nacionalismo antiamericano radical se
han generado históricamente expedientes antinacionales tan lesivos como
el llamado plattismo. Si pretendemos una proyección política para el
futuro, no podemos criticar solamente una parte del asunto obviando la
condena del otro.

Francamente hablando, la élite política postrevolucionaria siempre ha
hecho lo posible por mantener vivo el conflicto con Estados Unidos como
un recurso interno de gobernabilidad, lo cual, entendiendo la disparidad
de fuerzas, ha sido también una tremenda irresponsabilidad antinacional.
Y al calor de este conflicto colocó varias veces a la comunidad nacional
al borde del holocausto, como sucedió cuando inconsultamente Fidel
Castro pidió a los soviéticos el primer golpe nuclear. O cuando
solicitó, también de manera inconsulta, el emplazamiento de bases y de
tropas extranjeras en el territorio nacional. No olvidemos que en aras
de una supuesta "construcción del socialismo" llenaron al Estado de
asesores rusos en diversionismo ideológico que conspiraron y atentaron
contra los mejores valores de la cultura nacional. Luego, se ha
producido una alianza íntima con Venezuela, la nueva proveedora de
subsidios, y en su momento llegaron a hablar, también inconsultamente,
de federaciones supranacionales y del liderazgo nacional de Chávez.

Y en todo momento, el país ha sido llevado a un nivel de vulnerabilidad
sin precedentes debido al aventurerismo político y a la incompetencia
económica de una élite que no sabe hacer y de paso, no deja hacer. Hace
20 años se vivió la amargura del llamado Período Especial. Hoy se sacan
cuentas acerca de otra posible caída como consecuencia de la
desaparición de los subsidios venezolanos. Creo que a la nación cubana
le falta pagar otras cuotas de sufrimiento en función del nacionalismo
autoritario y conservador: ¿es esto revalidar y elevar la nación?

También el nacionalismo autoritario conduce a una suerte de plattismo al
revés, que puedo ejemplificar en un hecho que aún pide las disculpas de
los culpables: en 2003 fueron fusilados, sin garantías legales mínimas,
tres jóvenes que secuestraron una lancha para enfrentar una supuesta
conspiración imperialista. Poco tiempo después el Gobierno cubano
solamente encarceló a otros cubanos que habían cometido el mismo delito
con mayores agravantes, porque así se había acordado con el Gobierno de
Estados Unidos para garantizar la repatriación. Es decir, que Washington
había decidido sobre la vida o la muerte de los cubanos usando como
intermediario al propio Fidel Castro. De nuevo me pregunto: ¿es esto
revalidar y elevar la nación? ¿Eran estos muchachos parte de la nación?.

Si el nacionalismo —en el sentido positivo del término— es revalidar la
sociedad nacional, entonces hablamos de garantizar ante todo una
comunidad próspera y socialmente justa, en que ciudadanos y ciudadanas
tengan acceso irrestricto a sus derechos sociales, civiles y políticos
sobre bases pluralistas. Y por supuesto, la no admisión de injerencias
externas, excepto aquellas que sean parte de las cesiones de soberanía a
que obliga la interacción planetaria, más aún cuando consideramos que la
sociedad cubana es hoy transnacional, y un 20 % de la población vive
fuera de la Isla, la mayor parte en el denominado "enemigo histórico" de
la nación cubana.

Mi eterno amigo Lichi Diego escribía una vez, no recuerdo dónde, que los
cubanos arrastraban consigo el drama de no dejar que el pasado pasara.
Seguir pedaleando en el mismo lugar cansado del dilema
plattista/antiplattista es matar la patria. Dejemos que el pasado pase,
y miremos a un futuro en que Patria, como decía Martí, es humanidad.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/plattismo-y-antiplattismo-276699

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